La Casa de la Cerda, conocida desde mediados del siglo XIV por su condado de Medinaceli, situado en la frontera del reino de Castilla con el de Aragón, ostenta la representación de la rama primogénita legítima de los antiguos reyes de Castilla y León pues se origina en la descendencia desheredada de Alfonso X el Sabio.
A lo largo del siglo XV la base territorial de esta casa creció mediante permutas y compraventas, pero básicamente lo hizo en torno a sus estados sorianos y alcarreños de Medinaceli y Cogolludo. Es sobre todo en los siglos XVII y XVIII cuando sus alianzas matrimoniales con grandes casas de los distintos reinos hispánicos provocaron una formidable expansión territorial por toda España.
La Casa Ducal de Medinaceli tiene su origen en la descendencia primogénita
del Príncipe don Fernando, conocido con el sobrenombre de "el de la Cerda", hijo
mayor y malogrado sucesor de Alfonso X, Rey de Castilla y León. Al premorir a su
padre dejando dos hijos de corta edad conocidos como los Infantes de la
Cerda, se abrió un complejo pleito sucesorio que derivó en una larga e intermitente guerra
civil por la que el mayor de estos, Alfonso, de acuerdo con el testamento del rey sabio, su abuelo, se tituló Rey de Castilla y León y
disputó dicha Corona sucesivamente a su tío Sancho IV, a su primo Fernando IV y
finalmente a su sobrino Alfonso XI a quien siendo ya sexagenario reconoció
como rey legítimo. A cambio de un conjunto disperso de territorios conocidos como
"señoríos de la recompensa", según reza la crónica de aquel rey, "renunció y demetió toda la voz y derecho que é había en los Reynos de Castilla y de León" pasando así a la historia con el sobrenombre de "el desheredado".
Por sucesivos fallecimientos sin sucesión, alguno producto de la persecución del rey don Pedro, el grueso de los "señoríos de la recompensa" y la representación de la línea mayor desheredada de la Casa Real de
Castilla y León pasaron a una nieta suya, Isabel de la Cerda. En 1370, esta señora del Puerto de Santa María al casar
con Bernardo de Bearne, Conde de Medinaceli desde 1368, recibió en donación
dicho condado, titulándose por derecho propio Condesa de
Medinaceli. En adelante, su Casa sería conocida por el nombre de su villa
condal soriana y la preponderancia de la linea materna quedaría reflejada en que
su descendencia olvidó el nombre y las armas de Foix de su línea paterna y usó
unicamente los signos de identidad del linaje de la Cerda.
La descendencia del menor de los Infantes de la Cerda, Fernando, por su matrimonio con doña Juana de Lara, se perpetuó en la Casa de Lara y volvió al trono de Castilla por casamiento de una nieta de aquél, doña Juana Manuel, con Enrique II. Este matrimonio fue utilizado por la Casa de Trastámara para legitimar sus derechos tanto a la Corona de Castilla y León como al señorío de Vizcaya .
Durante los siglos XIV y XV, el objetivo central de los sucesivos condes de Medinaceli fue la concentración de la base territorial de su poder. Mediante permutas con otras casas nobiliarias de los dispersos "señoríos de la recompensa", compraventas, donaciones reales y enlaces matrimoniales con la nobleza colindante, especialmente con los Mendoza, lograron formar tres grandes núcleos territoriales :
- un gran estado señorial, fronterizo con el reino de Aragón, de unos 2.500 Km. cuadrados, con cabecera en la villa de Medinaceli, extendido a lo largo de las actuales provincias de Soria y Guadalajara,
- otro estado muy cercano, también en la provincia de Guadalajara, de unos 1.000 km. cuadrados con centro en la villa de Cogolludo y,
- por último, el más antiguo de los señoríos que perduraron en la Casa de Medinaceli, el del Puerto de Santa María. Situado en la actual provincia de Cádiz, este estado era de mucho menor extensión, unos 150 km. cuadrados.
El 31 de Octubre de 1479, los Reyes Católicos elevaron el condado de Medinaceli a la categoría de ducado en la persona del V Conde, don Luis de la Cerda, transfiriendo por la misma real cédula la dignidad condal a "la vuestra villa del Puerto de Santa María". Posteriormente, en 1530, el emperador Carlos concedió al II Duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, el título de Marqués de Cogolludo para distinguir al primogénito de su Casa.
Si hasta el siglo XVI la Casa de Medinaceli había ido creciendo por la incorporación continuada de pequeños territorios al dominio condal primigenio, a partir del segundo cuarto del siglo XVII el crecimiento fue producto de sucesivos enlaces matrimoniales que, ayudados del azar sucesorio, provocaron el entronque, no necesariamente buscado, con importantes casas castellanas, aragonesas y portuguesas, de forma que la progresiva concentración de territorios en torno a esta Casa discurre en paralelo con la progresiva formación de España como unidad política.
No nos detenemos a explicar este proceso porque puede seguirse con detalle en la sección titulada "agregación" y desde ella acceder, a su vez, a la historia de la formación de cada una de las casas agregadas. Nos limitamos aquí a evocar el asombro que tal acumulación patrimonial despertó entre los propios contemporáneos, como se deduce, entre otros testimonios, de la descripción que don Luis de Salazar hizo, a fines del siglo XVII, del IX duque de Medinaceli, "es poseedor de tantos y tan grandes Estados que difícilmente se hallará en Europa vasallo de tan gran poder, de más alta representación por la sangre, ni de mayor autoridad por las alianzas" .
Tamaño poder despertó en Felipe V una proporcional desconfianza por lo que este duque de Medinaceli, don Luis de la Cerda y Aragón, murió en la carcel de Pamplona en 1711, sin tener clara idea de los delitos de los que se le acusaba y sin haber podido asegurar la sucesión de su Casa. Este fue el último varón del linaje de "la Cerda", pasando su casa y estados, a través de su hermana Feliche, a su sobrino, Nicolás Fernández de Córdoba y de la Cerda, marqués de Priego y duque de Feria. Desde entonces la Casa de Medinaceli se conserva en la familia Córdoba Figueroa que aumentó el poder territorial de la misma con la incorporación de extensos señoríos en las actuales provincias de Córdoba y Badajoz. No se detuvo aquí el proceso de crecimiento, pues todavía en el siglo XVIII se agregarían dos casas más y en el siglo XX otras tantas que si ya no aportaban territorios, sí poseían un importante patrimonio histórico.
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